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La inquietante leyenda del Teatro Romea de Murcia

La inquietante leyenda del Teatro Romea de Murcia

La inquietante leyenda del Teatro Romea de Murcia

por | Turismo y Cultura, Diversión | 0 comentarios

Al joven Antonio Garríguez le costó la vida una manta. Y no contendrían los calendarios suficientes días para que sus desolados padres llegaran a comprender por qué demonios decidió regresar al infierno del Romea cuando ya estaba a salvo en la plaza. Antonio fue la única víctima del segundo incendio del teatro, acaecido el 10 de diciembre de 1899. El primero, el 8 de febrero de 1877, sucedió de madrugada. Pero ambos arrasaron el edificio y, según la supuesta maldición que pesa sobre el teatro, aún resta un tercer incendio.

Antonio Garríguez, a sus 17 años, era empleado de maquinaria. Lo encontraron en el foso carbonizado. Más suerte tuvieron otros que, pese a entrar y salir varias veces al teatro, pudieron contarlo. Los diarios ensalzarían los actos heroicos de muchos murcianos, cuya decisión permitió salvar decenas de vidas.

Como una burla del destino, el histórico cartel de la velada anunciaba la presentación de la zarzuela ‘Jugar con fuego’. Y, como si realmente una maldición pesara sobre el inmueble, el día en que ocurrió el primer fuego se representó ‘Cómo empieza y cómo acaba’, de José Echegaray, y ‘El año que pasó’, de Sánchez Madrigal

La orquesta, al mando de Mirete, continuó interpretando una pieza. Este acierto evitó una trágica desbandada, que ya nadie logró detener cuando una lengua de fuego comenzó a devorar una bambalina. El caos fue absoluto. Las llamas se extendieron por el escenario mientras el humo inundaba todo el teatro, complicando la salida de los espectadores, entre los que se encontraban muchos niños. Algunos, según señala Antonio Crespo, desamparados. Sus criadas, por salvar la vida, los habían abandonado a su suerte.

Las campanas de las parroquias, como era costumbre, tocaron a fuego. Y la descripción en la prensa de la época es terrorífica. El ‘Diario de Murcia’ explicaría que «inmensas llamaradas de fuego y humo se elevaban en horribles oleadas que, empujadas por el leve viento de Poniente, desprendían carbonizados fragmentos y una espesa lluvia de brasas llegaron hasta las calles Zambrana y San Lorenzo».

La ciudad en pleno se dirigió al teatro, creyendo encontrar «un montón de llamas y cadáveres». No era para menos. La magnitud del incendio fue memorable. Los cronistas describieron que la torre de la Catedral se iluminó por las llamas y desde la estación de Orihuela «viajeros procedentes de Alicante creyeron que ardía la población de Murcia entera».

La destrucción, pese a la gravedad del suceso, no fue total. La parte delantera del edificio, el salón de espejos y otras dependencias, no sufrieron daños. En cambio, el techo del patio se desplomó sobre las butacas y solo se mantuvieron en pie las columnas de hierro que sujetaban los diferentes pisos.

La compañía eléctrica se apresuró a señalar que la causa del incendio debió ser «una cerilla o una punta de cigarro», aunque los testigos insistían en que las llamas surgieron como consecuencias de un extraño relámpago que iluminó la escena. Un fallo eléctrico, al parecer, desencadenó el siniestro.

Las tres compañías que tenían asegurado el teatro -La Unión y el Fénix Español, El Fénix Francés y La Catalana- desembolsaron 250.000 pesetas para su reconstrucción. Como señala Crespo, el seguro había sido más alto en años anteriores; pero el alcalde decidió reducirlo por la crisis económica que atravesaban las arcas municipales.

Teatro del Toro

El teatro actual es sucesor de la remota Casa de Comedias y del teatro del Toro, edificado en 1609 junto a la puerta del mismo nombre, un espacio semicircular que contaba con 26 columnas de mármol.

El teatro del Toro fue demolido en 1857. Y el 25 de octubre de 1862 la reina Isabel II inauguraba, en el mismo solar que hoy ocupa el Romea, el antiguo Teatro de los Infantes. En aquella ocasión la acompañaban los Infantes, que dieron nombre al edificio. Pero en 1868 se renombraría de la Soberanía Nacional, hasta que llegado el año 1872 adquirió su actual nombre.

Aunque su construcción fue rápida (el proyecto de obras fue presentado en 1857 al Ayuntamiento), las gestiones para adquirir los terrenos junto al convento de Santo Domingo se habían iniciado unas décadas antes. Los arquitectos fueron Carlos Mancha y Diego Manuel Molina. Y Justo Millán, el encargado de la reconstrucción tras los dos incendios, autor también del espléndido Teatro Circo Villar ahora restaurado.

Una leyenda extendida mantiene que el teatro, por tercera vez, volverá a ser destruido por un incendio. Y será hasta sus cimientos, si tenemos en cuenta que después de los dos grandes fuegos, el edificio ya sufrió un pequeño incendio en 1939 y otro a comienzos de la década de los años ochenta, por el descuido de alguien que dejo olvidado un puro sin apagar.

Sin base histórica alguna, hay quien apunta que la maldición fue proferida por los frailes dominicos, sobre parte de cuyos terrenos se alzó el edificio. Más probable es que el terror ante las llamas hiciera brotar la leyenda, como aquella otra que mantiene que sobre la puerta de entrada había un 666, en clara referencia al número del Demonio.

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